Opinión
Especial Repaso a 2022 CW

2022, ¿el año de la desilusión?

La desilusión que estamos sufriendo se explica por el comportamiento gregario de los mercados de valores: cuando una o unas pocas compañías tecnológicas decepcionan en sus expectativas, el mercado arrastra a la baja al conjunto, sin diferenciar las características exclusivas de cada caso.

riesgo, ajedrez

El año que dejamos atrás ha sido de decepción para la industria tecnológica. El valor financiero de las grandes compañías tecnológicas ha caído significativamente, desde un 66% de Meta a un 22% de Apple, pasando por un 48% de Amazon, un 41% de Nvidia, un 34% de TSMC o un 51% de Tesla. ¿Qué está pasando? ¿Se está hundiendo el sector tecnológico? No lo creo. Esto no es la reedición de la burbuja puntocom. En 2022 no estamos hablando de un conjunto de balbuceantes startups construidas sobre una tecnología emergente como internet (como pasó en el año 2000). Hoy la tecnología, en todas sus vertientes, ha impregnado transversalmente el conjunto de sectores y, pese a un retroceso generalizado en las expectativas de mercado (reflejadas en su valor financiero), las empresas “tecnológicas” son una amalgama de realidades heterogéneas que deben estudiarse individualmente.

No afrenta los mismos retos estratégicos Meta (en busca de una reinvención alrededor de un todavía frágil concepto de “metaverso”) que TSMC (líder absoluto en fabricación de chips de silicio a nanoescala). No es lo mismo Nvidia (diseño de GPU para inteligencia artificial) que FTX (quebrada compañía de criptomonedas). Ni Tesla es lo mismo que Twitter. Pese a que todas ellas son empresas con crecientes connotaciones tecnológicas, cada una responde a una realidad (con sus capacidades diferenciales —o no—, sus activos estratégicos, su talento, sus productos y sus servicios). La “desilusión” que estamos sufriendo se explica por el comportamiento gregario de los mercados de valores: cuando una o una pocas compañías tecnológicas decepcionan en sus expectativas, el mercado arrastra a la baja al conjunto, sin diferenciar las características exclusivas de cada caso.

Y la pandemia creó un ciclo de sobreexpectativas. Durante la misma, el conjunto de las sociedades situamos la tecnología en el centro de nuestros intereses, a nivel social y a nivel económico. Todos exigimos más y mejor ciencia para desarrollar más rápidamente la vacuna. Todos incrementamos nuestro uso de tecnologías digitales (desde videoconferencias a películas en streaming, pasando por videojuegos o redes sociales). Todos exigimos más y mejor industria sofisticada cerca de nuestros hogares (como textiles avanzados o capacidades en impresión 3D para fabricar rápidamente piezas críticas de UCI). Ahora estamos sufriendo la corrección financiera sobre las expectativas creadas en aquellos momentos.

Pero no nos engañemos, el cambio tecnológico sigue siendo la gran fuerza directora de nuestros tiempos. Vamos a ver cosas increíbles en tecnología, en 2023 y el los años siguientes. Las inversiones corporativas y estatales en I+D, a nivel global, jamás han sido tan elevadas. China y EEUU inician una nueva guerra fría que se va a dirimir en sectores de alta tecnología (desde inteligencia artificial a drones, pasando por redes de comunicación, semiconductores o criptografía). Esas inversiones van a derivar en oleadas de nuevas tecnologías disruptivas, que posiblemente lleguen al mercado a través de agresivas startups. En agosto nos enteramos que China ya había sobrepasado a EEUU en producción científica (medida en publicaciones e investigación), en cantidad y en calidad. Por primera vez en muchos años, una potencia no democrática toma el relevo en desarrollo científico global, con las implicaciones que eso puede tener en control de los mercados, seguridad o defensa.

Los países occidentales no se van a quedar quietos. Los sistemas tecnológicos de todo el planeta de están desentumeciendo y acelerando. Estamos en una era deep tech, donde la antigua euforia financiera sobre plataformas de e-commerce va a ser sustituida por una nueva euforia alrededor de empresas y proyectos sustentados en tecnologías mucho más profundas. Basta pensar en el nuevo chat conversacional ChatGPT, que ha sorprendido al mundo en las últimas semanas. Un sistema soportado por una inmensa red neuronal con más de 175.000 millones de nodos (una arquitectura que empieza a semejarse, dimensionalmente al cerebro humano). Las respuestas de un sistema digital como ese, previamente entrenado con millones de documentos de información, son simplemente asombrosas. Y sus aplicaciones de negocio, inimaginables. El año de la (supuesta) desilusión acaba con una disrupción que puede significar un cambio sin precedentes en los sistemas de búsqueda y tratamiento de la información. Nada más y nada menos.

 

 

El autor de este artículo es Xavier Ferrás, profesor de ESADE y doctor en economía. 



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