Anonimato

El tesoro del internauta

En un contexto social y cultural en el que la mayoría de la población se siente censada, clasificada y controlada, como si de una ficha dentro de una inmensa base de datos se tratara, el anonimato parece poder convertirse en un sueño tan apetecible como irrealizable. Al mismo tiempo, uno de los aspectos mencionados de forma más recurrente en las comunicaciones mediadas por ordenador es que proporcionan, precisamente, una forma de interrelación anónima.

Esta es, al menos, una opinión general entre gran parte de los usuarios y la mayoría de los medios de comunicación de masas que, con más o menos rigor, tratan el tema. Sin embargo, esta opinión no es plenamente compartida por todos. Tanto aquellos que tienen suficientes conocimientos técnicos, como diversos estudiosos de estos fenómenos sociales, piensan que un completo anonimato en Internet puede no ser posible o deseable. En este artículo abordaremos diversas áreas relacionadas con el anonimato en las comunicaciones mediadas por ordenador: la información que concede cualquier máquina cuando establece una conexión con la World Wide Web y las diversas formas de controlar esa información; los peligros y posibilidades que acechan una conexión con un servidor de IRC y; finalmente, algunas consideraciones sobre el tipo de anonimato que podemos desear y/o temer.
Uno de los grandes alicientes de Internet, en todas sus facetas, es que permite observar sin ser observado. Un comportamiento que algunos calificarían como vouyerista puede identificarse en la “inocente” y cada vez más habitual práctica de cualquier usuario que navegue por la WWW, con cualquier propósito. Quien busca información especializada, quien lee el periódico, quien visita una página erótica o pornográfica o quien navega sin destino alguno suelen experimentar la quietud de poder hacer y ver sin sentirse vigilados. Pocos piensan en la posibilidad de que sus pasos no son tan secretos como imaginan. El monitor del ordenador se convierte en una ventana privada a un mundo que se paraliza ante nuestra mirada y no tiene la osadía de preguntar. La tranquilidad que otorga la aparente privacidad absoluta, junto con la potencia y la inmensidad de Internet son argumentos de peso para disfrutar de la Red en todo su esplendor y sin cortapisas.
No obstante, hay algo que muchos usuarios ignoran: “las pisadas en el camino”. Son abundantes las formas en que nuestras “pisadas en el camino” revelan información sobre nosotros mismos. Poner en marcha una conexión a Internet significa que se estable un vínculo entre dos puntos. Uno, el visible, es el punto de destino. Otro, el que a menudo se ignora, es el punto de origen de la conexión. El punto de origen de una conexión a Internet es la dirección IP. La dirección IP de un equipo de conexión es fija en buena parte de las ocasiones. En otras varía ligeramente, a menudo debido al tipo de proveedor que se haya contratado (IP’s dinámicas). La dirección IP es única e identifica el origen de la conexión. La dirección IP, por lo tanto, es la información mínima que proporciona cualquier usuario al conectarse a Internet. Una información mínima que puede llevar inscritos algunos datos más, como son el país o la organización de origen. Estas son las “pisadas en el camino” que nutren cualquier contador de visitas colocado en una página web y que, ligeramente más aprovechadas, sirven, por ejemplo, para elaborar las estadísticas más completas que genera un contador de tipo Netstat que puede ponerse en cualquier página personal gratuitamente.
El hecho de “conceder” esta información no tiene porqué ser temido, sino que puede ser utilizado con fines “benignos”. Esta es la base desde la que trabajó el proyecto La web sociable del MIT (Massachussets Institute of Technology). A pesar de que su proyecto no tuvo la aceptación y el éxito que sus diseñadores, Judith Donath y Niel Robertson, imaginaron, “la web sociable” era una idea interesante, puesto que pretendía aprovechar la mencionada información para que los sitios web que quisieran participar de la iniciativa resultaran mucho más interactivos socialmente: haría que los visitantes que coincidieran simultáneamente en una página web pudieran establecer conexión entre ellos. Dado que un buena parte de las páginas web existen para proporcionar información sobre aspectos de interés muy concreto, en este proyecto se diseñaron unas aplicaciones de software que aprovechaban los datos de concedidos por la dirección IP para que los usuarios pudieran saber si había más gente consultando la página simultáneamente, y abría la posibilidad de charlar con ellos. De este modo, la navegación por la WWW se convertía en algo menos solitario y más colaborativo, permitiendo que los usuarios pudieran ayudarse entre ellos a la hora de encontrar aquello que buscaban, intercambiando opiniones, ideas y consejos. Una aplicación actualizada de estas ideas es el software Odigo (véase el recuadro de direcciones).
Otro ejemplo de cómo el navegante va dejando sus huellas por la Red es el funcionamiento de las cookies. El modelo básico de cookie es un archivo de texto que es introducido en el ordenador del usuario por algunos sitios web que éste visita. Dado que tan sólo son archivos de texto, no pueden contener virus o dañar el sistema. De todos modos, son una clara cortapisa a la privacidad del medio, puesto que funcionan recopilando y estructurando información personal del usuario. Muchas cookies (l

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