Secretos y mentiras

El secreto ha sido siempre una palabra rodeada de un necesario halo de misterio. Gracias a él, muchos humanos nos podemos relacionar con naturalidad y llega a ser, incluso, el punto clave de estabilidad en muchas relaciones.
No quiero ni imaginarme lo que ocurriría si pasado mañana llegáramos a desarrollar una tecnología marciana que permitiera saber exactamente qué está pensando la persona que tenemos delante. El secreto, se mire por donde se mire, es un bien necesario para que este complejo orden de las relaciones humanas no se nos vaya al garete.
Pero los tiempos cambian y también la forma y la manera de relacionarse. Hoy, “el Internet” se está encargando de poner en evidencia la esencia de esta palabra. En Estados Unidos, un señor llamado Matt Drudge sabe mucho de este tema. Desde hace algún tiempo dedica sus esfuerzos a contar los secretos que nadie debería conocer o, por lo menos, que deberían saberse a su debido tiempo. Su columna en el ciberespacio recibe más de un millón de visitas diarias. Allí ha revelado secretos de alto estado que han creado más de un serio problema. Pero la gravedad del asunto no se queda ahí. El peligro es que la fuente de información del susodicho Drudge no es otra que el rumor, uno de los virus de información más peligrosos de cuantos existen.
El rumor responde fielmente a aquel conocido dicho que dice que para convertir una mentira en verdad, lo único necesario es contarla muchas veces seguidas y con cierta convicción. El rumor publicado (o, mejor dicho, la mentira) tiene en prensa claros responsables, divididos en partes iguales entre el editor de la publicación, el director y el que firma la noticia. En el caso de que una noticia sea falsa, el delito de calumnia está perfectamente tipificado por la Ley y el juez sabe muy bien a quien aplicarle tal castigo. En Internet, por el momento, la responsabilidad no es de nadie. Cualquiera puede convertirse en un intrépido reportero, con la gran diferencia de que lo que cuenta tiene mucho más alcance que la tirada de cualquier periódico o revista.
Matt Drudge hizo su agosto contando ¿exclusivas? sobre el caso Lewinsky que volcaba casi a diario en su columna, y a pesar de que más del 80 por ciento de esta información no era cierta, poco importaba a sus ávidos lectores. La trascendencia que suponían estos rumores fue tal, que el propio Presidente Clinton decidió contar en público sus fechorías con la becaria antes de que éstas siguieran transmitiéndose por las venas informativas de este cuerpo planetario. La guinda sobre el caso la aportó el propio Congreso de los Estados Unidos: el pasado septiembre decidió difundir en el ciberespacio el informe Starr, donde figuraban todos los detalles de esta investigación. Internet ha sido, en todo momento, el medio estrella que, a través de un rumor, ha destapado uno de los secretos que más ha traído de cabeza al país más poderoso del mundo.
Este hecho, sin embargo, no anda muy lejos de nuestro entorno. En España ocurrió lo mismo con los papeles secretos del Cesid, publicados por un periódico ante la posibilidad de que alguien los hiciera suyos y los difundiera por Internet. Estos dos casos citados han tenido incidencia en la política nacional de ambos países, pero hace unas pocas semanas han ocurrido otros dos hechos de una clara —y grave— repercusión internacional donde el medio internet ha sido, una vez más, el detonante de todo.
En el primero de ellos, un ex agente del servicio secreto británico reveló a través de Internet los nombres de otros colegas suyos desparramados por medio mundo en misiones de alto riesgo. Internet recogió fielmente sus nombres y los escupió por medio planeta. Las consecuencias son todavía imprevisibles. Por otra parte, en el caso del espionaje Chino en el que Estados Unidos acusa a este país de haberle robado datos decisivos sobre siete cabezas nucleares y la bomba de neutrones, la respuesta que dio el Gobierno Chino fue, como poco, sintomática: “todo lo que sabemos lo hemos averiguado a través de Internet”. Una vez más, Internet, ese medio anónimo, se señala como el culpable de revelar uno de los secretos más custodiados del país americano.
A raiz de ésto, el Congreso de Estados Unidos decidió abrir una investigación para delimitar responsabilidades. Los resultados se encuentran en el Informe Cox. Las primeras palabras de este informe son reveladoras: “Pekin obtiene datos de sus agentes en los laboratorios nucleares de Estados Unidos por correo electrónico, a través de Internet. Nuestros laboratorios no pueden determinar quién se está comunicando con quién. Por ejemplo, más de 25.000 mensajes sin control se envían cada semana desde el laboratorio de Sandia”.
Caso Lewinsky, los 20 papeles del Cesid, espías británicos cuya identidad se revela con todo tipo de detalles, fórmulas secretas de cómo se fabrica una bomba de neutrones; resulta increible saber que toda esta información, en otros tiempos calificada de Alto Secreto, camina hoy por el ciberespacio a sus anchas. La pregunta clave, en esta nueva era de tecnologías espaciales es ¿quién es capaz de ponerle límites al espacio?

Pedro Javaloyes (Director de “La Guía del Ocio”)

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