Supercomputación

Superordenadores: una navaja suiza capaz de cambiar la historia del hombre

Ordenadores capaces de resolver cálculos hasta ahora inimaginables. ¿Para qué? Desde comprobar cómo se comportará un medicamento en nuestro cuerpo a predecir cómo será el clima dentro de veinte años, entre otros beneficios.

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No le vamos a pedir que viaje hasta Atapuerca hace medio millón de años y que contemple la pradera que se extiende a sus pies y que sesga como un tajo el río Arlanzón —por allí pastaba rinocerontes, caballos, panteras, leones de las cavernas. Sí, en lo que ahora es Burgos. ¿Qué? ¿Cómo se le queda el cuerpo? —, pero sí que eche la vista atrás unos setenta u ochenta años; cuando los ordenadores ocupaban una habitación entera. Equipos que, para la época, realizaban cálculos complejos, resolvían problemas casi imposibles de descifrar para la mente humana. Pero, para esas máquinas —consideradas infernales por muchos en aquella época—, pan comido. A saber la cara que hubiera compuesto un habitante de aquellas praderas de Atapuerca de haberlo podido ver. Un poema, sin duda.

Pero aquellos ordenadores primigenios comenzaron a reducir su tamaño, de tal forma que no tardaron en entrar en nuestras vidas: en casa, en el reloj, en la cocina… Aunque, como se suele decir, los principios siempre se añoran. Y fue cuando los científicos comenzaron a sopesar la posibilidad de regresar el ordenador a su hábitat original, esto es, a la habitación. “¿Y si los metemos todos en una misma habitación?”, fue la pregunta que se hicieron algunos de aquellos científicos. Lo que dio origen a las supercomputadoras, máquinas —ahora sí que sí— concebidas para resolver cálculos inimaginables.

 

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